En la difícil tarea de educar se puede pasar de la opresión a la permisividad, de ser autoritarios a ser esclavos de los estudiantes. De ser rígidos e intolerantes a ser los “bonachones” para que los estudiantes no se “traumaticen” o entutelen al profesor por coartar “el libre desarrollo de la personalidad”, con la consiguiente pérdida de la autoridad y la disciplina.